La cultura de la cancelación no es feminismo, es punitivismo

Hace unas 4 semanas me invitaron a comentar en una mesa de sólo mujeres que se transmite todos los martes vía internet. Muchas quienes aceptamos participar en estos espacios lo hacemos porque se necesitan más mujeres haciendo análisis político y participando de las discusiones públicas. Apenas hay unos pocos espacios en línea donde las mujeres participan. En los medios tradicionales prácticamente estos espacios no existen.

La conversación transcurrió suavemente y nos despedimos después de unos 20 minutos. El noticiero siguió su curso. Entonces alguien increpó al conductor en el chat en vivo, preguntando por qué me habían invitado a mí, si era porque el espacio era “transfóbico”. El conductor contestó que ese espacio era uno donde se escuchaban todas las voces y que el tema del que hablamos en esa mesa ni siquiera era ese (no hablamos ni de sexo ni del género). Es decir, esta persona acudió a ese espacio a hablar de un tema que no era sobre aquel que versaba el conversatorio para quejarse sobre mí. Pero la quejosa no cesó allí, fue a Twitter y allá etiquetó a otra de las colaboradoras del medio que me había invitado con la misma pregunta, ¿por qué invitaban a una transfóbica? ¿era por qué el medio era igual de transfóbico que yo y esa era su línea editorial? En esta ocasión, la colaboradora contestó distinto: dijo que no, esa no era la línea del medio y que revisaría la razón por la que yo había sido invitada para, en su caso, corregir. Entonces yo intervine: ¿corregir qué? ¿Por qué creer en lo que dice alguien en internet sobre otra persona? Aclaré (como aclaro cada cierto tiempo): no soy transfóbica. Hay mucha misoginia en creer a una persona que por internet acusa a una mujer de las peores cosas. Llamó mi atención que a ese mismo medio (Pie de Página) le etiquetaron unos meses antes en una denuncia de una compañera reportera, denunciando a uno de sus colaboradores por violencia de género en la conferencia mañanera del presidente y, después, otra reportera compartió que ella tuvo una experiencia similar con dicho colaborador en una relación romántica que sostuvo con él. Ante esa denuncia de violencia de género, la misma persona que dijo que revisaría el por qué yo había sido invitada, contestó muy diferente a cómo contestó a la usuaria que me acusó de transfóbica. A ese par de denunciantes mujeres les contestó que lo que sucedía en lo privado no podía ser materia de investigación por parte de Pie de Página y que trabajarían en la investigación de la denuncia y en la sensibilización de dicho reportero.

Si bien los medios (y más cuando son independientes) están en su derecho de invitar a quién les dé la gana, queda la duda de si ante cualquier acusación sobre una mujer, éstos dejarán de abrir espacios a las mujeres que compartimos nuestros conocimientos y nuestros análisis. ¿Por qué ante la denuncia de violencia de género de un varón se es flexible y se da espacio a investigar, pero ante la acusación contra una invitada, se revisará por qué se le invitó?

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Hace unos días publiqué un texto titulado “hablemos de las mujeres”. Mi objetivo era hacer un llamado a que hablemos de las mujeres, de las violencias que vivimos desde el nacer, ser y crecer mujeres. El llamado es, para mí y para muchas, MUY importante. No sólo porque hace apenas muy poco que hablamos de nosotras y ni siquiera es que hablar de nosotras se haga en todos los espacios públicos. Temas como la menstruación, la menopausia, la violación… las cosas de nuestro cuerpo siguen siendo tabú en muchos, muchísimos espacios. Para sostener la tesis de por qué son tabúes, recurrí a estudios desde la teoría feminista de mujeres que, ante todo y contra todo, eligieron estudiar la historia de las mujeres.

Primero, una judía que huyó de Austria en la segunda guerra mundial y que llegó a EEUUA buscando oportunidades, su nombre era Gerda Lerner. Los primeros 20 años que pasó en Estados Unidos los dedicó al activismo político, feminista, vecinal, sindical lo que la llevó a ser perseguida en la época del Macartismo dado que era comunista y marxista.

Gerda Lerner

En sus esfuerzos infructuosos por ser escritora, se dio cuenta de que quizá podía escribir una novela histórica y fue como decide que, para hacer un buen trabajo con la información, debía convertirse en historiadora. Así es como, a los 43 años, ingresa a la universidad y después de 7 años, publica no una novela histórica, sino un estudio detallado de las hermanas Grimké (The Grimké Sisters from South Carolina: Rebels Against Authority), mujeres afroamericanas y luchadoras por la erradicación de la esclavitud. En su entrevista para entrar al doctorado, le preguntaron por qué quería estudiar historia y ella contestó:

«Porque quiero poner a las mujeres en la historia. No, me corrijo; no ponerlas en la historia porque ellas ya están allí. Quiero completar el trabajo que comenzó Mary Beard. Quiero que la Historia de las Mujeres sea parte de todas los currículas de estudios en todos los niveles».

El estudio de las mujeres, en un ambiente plagado de hombres historiadores, era una cosa vista de forma exotica y que no le interesaba a nadie, ni a sus profesores. En 1972 estableció el primer programa de historia de las mujeres en la Universidad Sarah Lawrence. Pasó los siguientes años de su vida como académica y profesora, creando marcos teóricos y conceptuales para colocar a las mujeres en la historia (y pueden leerse en sus libros The Majority Finds Its Past y Why Historia Matters) y tras años de empaparse de la historia de las mujeres negras y de dar clase sobre la teoría del feminismo, se da cuenta de que lo que más le importaba era contestar a la interrogante del origen de la subordinación de las mujeres. Durante casi 10 años (desde finales de los 70s), investigó las fuentes disponibles, tomó cursos de antropología, se dio cuenta de que Engels se equivocaba y en 1986 publica La Creación del Patriarcado, una de las obras más importantes para el feminismo ya que nos da una aproximación al origen del patriarcado y que, junto con obras de otras mujeres, pioneras como Lerner, nos pintan una imagen clara de cómo el sexo es la base de nuestra opresión.

Decidí retomar también a Françoise Héritier, a quien leí gracias a la recomendación de una muy querida amiga socióloga. Héritier fue una etnóloga francesa que, como casi todas, se rebeló ante lo que su familia decía que debía ser de su vida (alguna vez contó que su mamá nunca leyó ninguno de sus libros): salió de la vida rural de Francia para establecerse en París con el sueño de convertirse en egiptóloga.

Françoise Heritier: La antropóloga que demostró que la violencia machista  no tiene nada de natural
Francoise Héritier

De casualidad asistió a un seminario de Levi- Strauss y entonces entendió que debía ser etnóloga. Se apuntó para ir a África como estudiante de la Sorbona y la entrada al programa le fue negada por ser mujer; sólo pudo asistir porque no había suficientes estudiantes anotados. Así se desplazó a Burkina Faso y Mali, donde estudió a diversas comunidades africanas. Ya con muchos años de académica, publica “Masculino / Femenino” (1996) y posteriormente «Masculino/Femenino II: disolver la jerarquía» (2002), donde puede leerse:

«La desigualdad no es un efecto de la naturaleza- Ella fue instaurada por la simbolización desde tiempos inmemoriales de la especie humana a partir de la observación y de la interpretación de hechos biológicos notables. Esta simbolización es fundadora del orden social y de las discrepancias mentales que siguen vigentes, aún en las sociedades más desarrolladas».

Héritier fue la segunda mujer en dar clases en el Collège de France y se enfrentó, como muchas más en aquellos tiempos, a las resistencias y a las violencias características de la academia, entonces absolutamente poblada por varones.

Por último, cité a Graciela Hierro, filósofa y quien fuera fundadora y directora del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM. Al igual que Lerner y que Héritier, fue una pionera en su campo, porque hay que recordar que hace menos de 100 años que a las mujeres se nos permite participar en la política o en la academia. Las tres se enfrentaron a las violencias a las que nos enfrentamos todas, pero quizá de forma más cruenta porque fueron ellas mismas quienes abrieron la puerta para otras. Hierro, desde la filosofía, llegó a la misma conclusión a la que llegaron Lerner y Héritier. Para Hierro, somos seres que a través de ejercer nuestra libertad construimos nuestra existencia. La diferencia sexual no es una cuestión “natural” o intrínseca en los seres humanos (como el patriarcado se ha empecinado en decirnos, que nuestro sexo es la razón de nuestra diferencia y que por eso somos el “sexo débil”).

Ética y aborto / Graciela Hierro - YouTube
Graciela Hierro

Esta diferencia sexual se construye culturalmente, nos dice Hierro, y se construye estableciendo que la “la diferencia o diferencias entre los sexos se visualiza como derivada del supuesto hecho de que la mujer carece completamente, o tiene en menor cantidad, algún ingrediente importante en la constitución masculina” (Hierro, 1998). Hierro, además, desarrolla ideas muy poderosas como la de nombrar lo femenino con la idea de recuperar eso que nos hace diferentes y entonces, lo femenino adquiere su propio valor a partir de esa diferencia y nos toca rescatar el saber y los conocimientos de las mujeres:

“En un mundo patriarcal en el que la palabra la tienen los varones, las mujeres han satisfecho su necesidad de expresión a través de escribir sus diarios, sus memorias y otros escritos que crean para satisfacer su necesidad de expresarse”

(Hierro, 2001)

La Dra. Hierro tiene una de las formas más bellas para, desde la filosofía, hablar de la sororidad y la hermandad entre mujeres. Recomiendo profundamente leerla.

A pesar de estas tres mujeres feministas a quienes decidí retomar, las críticas no se hicieron esperar: se me acusó, nuevamente, de transfóbica. No sólo eso, hubo un audaz hombre, con varios libros escritos y además historiador, que se atrevió a afirmar que mi texto era transfóbico y excluyente y lo comparó con ideas racistas. Cuando, enojada, respondí que me difamaba y que debía argumentar por qué mi texto era transfóbico, me respondió que su argumento era que yo había citado sólo a mujeres blancas y europeo-céntricas (como si, además, la teoría queer viniera de África).

Me resulta ofensivo (e increíble) no sólo la audacia de pasar por encima de décadas de estudios de estas mujeres Es insultante el hecho de, sin un sólo argumento, ignorar y omitir de tajo las décadas de trabajo y estudios de estas tres mujeres. Es increíble que un hombre que se presume aliado feminista elimine con esa facilidad las historias de resistencia y sobrevivencia de esas tres mujeres, para poder llegar a las conclusiones a las que llegaron respecto a nuestra opresión. Lerner, Héritier y Hierro fueron, como somos casi todas, unas rebeldes al sistema que nos oprime. En los años en que las tres desarrollaron sus estudios, respectivamente, eran momentos donde a las mujeres no se les permitía estudiar y mucho menos ser líderes en nuevos campos del estudio (aunque se tratara de estudios de las mujeres). Estas tres mujeres se rebelaron a los hombres de su tiempo que, igual que los hombres de ahora, se niegan a escuchar y a entender. No sólo eso, este historiador decidió que mi idea no es válida, inclusive, aunque estuviera sostenida en estas décadas de teorías e ideas, sino que, además, todo lo que decían no podía ser cierto por ser ellas “blancas” (aunque una fuera judía exiliada de Europa sobreviviente a la Segunda Guerra Mundial, la otra una francesa de área rural y la última una mexicana que también se rebeló a un sistema que le prohibía estudiar y convertirse líder en su campo de estudio). Para estos varones y para un sistema que se resiste a escucharnos, que nuestros saberes y conocimientos, lo que decimos no tiene valor si somos “blancas”. Esto no es más que un vil y burdo ad hominem. Pero para que el señor historiador lo sepa: a los argumentos, se contraargumenta y decir que una mujer es blanca no es un argumento sino una falacia.

Me dejó pensando, sin embargo, en que debí incluir las posturas de, por ejemplo, Chimamanda Ngozi. No importa tampoco, porque el afán del señor historiador no era la de debatir o dialogar sobre lo que nos preocupa a las mujeres, sino callarnos. Su primera mención a mí fue una acusación donde, además, se dirigió a una de las mujeres del consejo editorial llamándola “querida” y siendo absolutamente condescendiente, explicándole a ella (como si ella no supiera y como si además no hubiese habido un grupo de personas analizando el texto) por qué mi texto era transfóbico y podría compararse con textos racistas. ¿Yo me iba a quedar callada? Por supuesto que no. Para ese momento ya llevaba tres días tolerando acusaciones similares, además de insultos varios (basura terf, TERFA, pendeja, entre otros). A los señores, que por más deconstruidos se sientan, hay que responderles. Le respondí precisándole por qué sus acusaciones eran misoginia y por qué, además, constituían una difamación. En el texto no se menciona, –ni una sola vez– a las personas trans. Mi texto se limita a argumentar por qué la opresión de las mujeres (y el patriarcado en sí) surge como un proceso histórico y una construcción social que tiene su origen en el cuerpo de las mujeres: es decir, a partir de la reproducción (que a su vez es una realidad que surge derivado de la evolución) es que se les asignan a las mujeres las labores de cuidado, crianza y explotación sexual. A partir de esto es que sugiero que debemos hablar de las mujeres y la realidad de las mujeres.

Recuerdo con mucha claridad un podcast que me hizo cambiar mi forma de ver nuestros cuerpos. Se llama “Bodies” y en uno de los primeros episodios una mujer habla de dolor durante sus relaciones sexuales y cómo pasó por media decena de doctores sin que nadie supiera decirle que tenía. Fue hasta que habló con un médico que tuvo la paciencia de estudiar su caso para saber que el dolor era causado por la pastilla anticonceptiva: me hallé a mí misma recordando una época en mi vida en la que tomé pastillas anticonceptivas y tuve exactamente el mismo dolor que ella describía. Ese dolor se fue una vez que dejé de tomar las pastillas. Cuando escuché ese testimonio entendí muchas cosas y supe que no estaba sola.

Hubo otro podcast que me convenció de la necesidad de hablar de nosotras y de nuestros cuerpos: uno llamado simplemente “No” que va del consentimiento. La conductora (y escritora y productora) hace un fino análisis desde su propia experiencia desde que era niña para analizar sus primeras experiencias sexuales y cómo fueron resultado de la presión y de la necesidad de ser aceptada y querida por los varones. Tanto el consentimiento, como la búsqueda de la aceptación masculina son temas que han sido ampliamente analizados desde la teoría feminista. El podcast es poderoso porque la voz de ella es profunda, porque se abre completamente y porque llega a la conclusión, al hablar con ex parejas y con su propio padre, de que casi todos los hombres han violado alguna vez en su vida (al forzarse sobre mujeres, sean sus parejas o no; al obligarlas mediante palabras o manipulaciones emocionales); pero también es poderoso porque te sabes, como mujer, partícipe de algo que es más grande que nosotras mismas, nuestros deseos e ideas: “si esto me ha pasado a mí, seguramente nos pasó a todas”, pero no hablamos de ello. Por eso es tan poderoso hablar de nosotras y nuestros cuerpos, porque, si el patriarcado nos ha enseñado a la enemistad, a la competencia, a la misoginia; lo revolucionario está en la amistad, la hermandad y el amor por las otras.

Hay un tercer momento que también me convenció de la necesidad de hablar de nosotras: el #MiPrimerAcoso, hashtag que volcó a miles de mujeres en las redes sociales en 2017 para hablar de nuestro primer acoso. Allí descubrimos que no era una sola la que había sido abusada sexualmente, sino que éramos miles, casi todas, las que compartíamos algún momento en la vida donde, siendo aún pequeñas, habíamos sufrido el trauma de un abuso o agresión sexual, normalmente de parte de algún hombre adulto cercano. Ese momento fue también poderosísimo. Yo misma me hallé recordando el momento en que un primo me tocó la vulva mientras jugábamos en una alberca, yo tendría menos de 12 años. El #MiPrimerAcoso me llevó un día en una comida familiar, a compartir con mi abuela, mi tía, mi madre y mis hermanas sobre los abusos sexuales que todas sufrimos de niñas. Recuerdo perfectamente mi espanto, mi miedo, mi vergüenza y salir corriendo de la alberca para ir con mi mamá y llorando contarle lo que había pasado. Recuerdo que mi mamá minimizó el asunto, pero al hablarlo con todas estas mujeres de mi familia, resulta que mis hermanas no sabían de este episodio con ese primo y que mi mamá no recordaba si había hecho algo o no al respecto. Yo sí lo recuerdo como un momento muy desagradable. Sé que el compartirlo hizo que mis hermanas supieran que ese primo era un agresor. Si el patriarcado nos enseñó a permanecer separadas para no escuchar a la otra y ver que nuestra realidad personal es, más bien, una realidad estructural que se sostiene en ese sistema de opresión que surge de lo que nos dicen que es el destino de acuerdo con nuestros cuerpos; entonces lo transformador es sentarnos las unas con las otras y escucharnos. Justo allí surge esa frase de “lo personal es político”, porque cuando muchas mujeres se sientan a compartir y escuchar y dialogar, descubren experiencias similares (e idénticas) que no constituyen algo que pertenece al ámbito de lo privado, sino que es político. Por eso es tan poderoso, fuerte, revolucionario y transformador hablar de nosotras y hacerlo la una con la otra.

Allí también yace la importancia de la tan cacareada “interseccionalidad”, porque desde el análisis de nuestras diferencias (nuestro color de piel, nuestra posición social de clase, nuestra geografía, nuestra historia y la de nuestras antepasadas, la época en que vivimos) es que enriquecemos la visión de esa realidad que nos oprime. ¿Cómo si no vamos a luchar por nuestra emancipación si no es entendiendo la realidad que vivimos? ¿Cómo podemos combatir la violencia que vivimos las mujeres como clase oprimida si no conocemos cómo es esa violencia y cómo opera y cuál es su origen? Por eso insisto: debemos hablar de las mujeres. Hablemos de las mujeres.

Por eso me niego a estas nuevas tendencias de la “inclusión” que dicen que, en vez de decir “mujeres” (énfasis en “en vez de”) casi nos quieren obligar a sentirnos incluidas y nombradas en el “personas menstruantes” y “personas gestantes”. Repito: el problema está en que nos digan que, en sustitución de las palabras “mujeres” o “niñas”, debemos (así, en imposición) decir “personas con capacidad de gestar” o “niñes” o cualquiera de esas sustituciones que terminan, nuevamente, en el borrado de nosotras. Borrado que, además, tiene miles de años sucediendo. Prácticamente las mujeres hemos sido borradas de la historia, de la ciencia, de todas las disciplinas del saber humano. Ni siquiera los saberes que se hacen sobre lo que el género dice que es lo femenino (como el cuidado) se nos han permitido ser generados o guardados o sistematizados. ¡Por dios! Hace apenas unas décadas que las mujeres nos estamos insertando en todo el conocimiento humano tradicionalmente reservado sólo para los hombres. Hay quienes se ríen sobre la frase “borrado de las mujeres”, dicen que es una fantasía, que no existe. Pero allí está, allí está comprobado por todos los análisis feministas: nuestro borrado de todas las cosas del mundo es una realidad de las mujeres desde hace miles de años.

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En 2012, en medio del #MeToo mexicano, recibí amenazas de muerte. No fui denunciante de una experiencia personal, simplemente apoyé como activista y feminista. En medio de ese furor, fui invitada a un programa de radio, donde me senté con un tal “Dante”, nombre ficticio que un hombre usó para enmascararse y crear una cuenta llamada “Me Too Men Power”, cuenta que pretendía dar voz a los hombres violentados como respuesta al impresionante número de mujeres que denunciaron hombres en posición de poder en diferentes disciplinas por agresores y violentadores. Me senté a dialogar con él en ese conversatorio, porque siempre he creído en la necesidad de hablar para entendernos y por qué no veo cómo vamos a combatir algo si no lo entendemos primero… y supongo que también porque soy algo ingenua a veces y creo que hay mucha gente que puede cambiar de opinión a través de la razón y los argumentos. Soy sincera: sí tuve miedo cuando me senté a esa mesa porque es siempre intimidatorio hablar con un hombre enmascarado y lleno de tatuajes de más de 1.80. La mesa se desarrolló con normalidad. La única vez que “Dante” alzó la voz, el otro hombre de la mesa la alzó también para responderle. Unos días después el conversatorio se transmitió a través de Facebook y un día después de esa transmisión, al despertar y abrir Twitter, descubrí una serie de mensajes extraños y violentos. Entonces seguí mis menciones en el tiempo para descubrir qué era lo que originaba dichos ataques. Se trataba de una amenaza de muerte desde la cuenta de Me Too Men Power, que llamaba a otros hombres a “hacer lo que ya saben hacer”. Me sentí intranquila, pero traté de conservar la calma. Sin embargo, no podía (y aún no puedo) olvidar lo que le pasó a Andrea Noel, periodista estadounidense radicada en México, que había sido amenazada unos meses antes por hacer público un video donde fue acosada sexualmente en las calles de la Colonia Condesa, en la Ciudad de México, tras lo cual usuarios de internet no sólo la amenazaron, sino que además la hostigaron y violentaron hasta llegar a pararse afuera de su casa con un rayo láser para hacerle saber que allí estaban y que sabían dónde vivía. Sólo pensarlo me revuelve el estómago. Por ello, decidí denunciar ante las autoridades, sobre todo porque se trataba de una persona que era real, no una cuenta de internet, sino una persona con la que yo me había sentado en una mesa unos días antes.

El proceso judicial lleva más de 2 años y yo no cejo ni me canso, porque creo que podemos sentar un precedente y porque me parece importante que hablemos de los efectos que tienen las redes sociales en nuestra vida, en nuestra salud mental y en nuestras relaciones sociales. Sí, ha sido un proceso lento y desgastante (no sólo emocionalmente, sino en tiempo y en dinero). Por ahora, no puedo hablar mucho del caso que, por fin, parece avanzar, pero me interesa hablar en este texto de esos primeros días después de la amenaza.

Cuando me di cuenta, me daba miedo salir a la calle. Me hallaba a mí misma volteando frenéticamente a todos lados y pensando en que alguien me pudiese reconocer y hacerme algo. Un día, unos 10 días después de la amenaza, me encontré llorando sin parar, con un sentimiento de desasosiego que no podía controlar. Entonces terminé, de urgencia y por primera vez en mi vida, en el psiquiatra. Allí me diagnosticaron con una crisis de ansiedad derivada de las amenazas. Sólo el medicamento para la ansiedad me ayudó a entender qué era lo que me estaba pasando y a entender que la medicina sí puede ayudar a regular los impulsos y cambios en mi cerebro. Por fin, después de días, sentí que el medicamento ayudaba con esos sentimientos de profunda tristeza, miedo, ansiedad e impotencia.

Volví a sentir esos mismos sentimientos en días pasados, sólo que en esta ocasión ya tengo una terapeuta, una psiquiatra, un trabajo emocional profundo y un entendimiento mpas ampolio del impacto de las redes sociales en nuestras vidas.

Cuando decidí demandar a la persona que me amenazó sabía que eso me ayudaría a sanar también lo que me había causado ese desajuste, no sólo porque podría sentar un precedente de la violencia en línea, sino también porque sería un proceso que me ayudaría a investigar y conocer sobre ese fenómeno y poder ayudar a otras. Yo no busco dinero, ni que la persona que me amenazó vaya a la cárcel, yo lo que quiero es que hablemos de la violencia en línea, que mi agresor tome cursos de sensibilización y que no vuelva a amenazar mujeres. Quiero que se sepa que la violencia en línea es violencia real.

Hay varias reflexiones que han surgido derivado de lo que me pasó en 2019: las redes sociales sí afectan nuestras relaciones sociales, puede parecer que son espacios virtuales, pero claro que inciden en nuestra percepción de la realidad y sus efectos sí salen de las redes sociales. Las redes sociales ganan dinero con nuestro tiempo y nuestra atención. Es decir, mientras mayor tiempo pasemos en ellas, mayores beneficios económicos para esas empresas (Twitter, Facebook, Instagram, Tik Tok) y cada una de ellas hace uso de algoritmos y de toda la información recabada sobre nosotros y nosotras para mantenernos allí, enganchadas. Esos algoritmos suelen usar nuestro enojo, las discusiones, los sentimientos negativos, para mantenernos allí, con la atención constante. Eso es lo que hace Twitter. Nos pone las discusiones más candentes allí, una y otra vez en el feed para verlas, para pensar, para ser partícipes (ya sea activas o pasivas) de lo que sucede. Nos hace ver, además, cuando las personas que seguimos dieron like a algo, o cuando dieron retweet, inclusive aunque a ti no te interese leer sobre ello «mira lo que a esta persona le está gustando, mira el pleito, es un espectáculo, velo, entérate». La cúspide de ese algoritmo en negativo suele ser cuando hay un número enorme de cuentas hablando sobre una sola persona: hacen uso de las menciones, pero también del retweet con comentario para que otras personas vean. Cuando ese RT con comentario se hace desde una cuenta con decenas de miles de followers se hace para que esas decenas de miles se vean instados también a participar y cuando ese RT con comentario se hace desde la mofa, el hostigamiento, el acoso… verás cientos de cuentas volcándose sobre una sola en ese mismo sentido. Allí se convierte en un circo romano donde unos inician, pero otros siguen por horas o días. Algunos son los que dan las puñaladas, otros sólo avientan piedras, unos vitorean a los agresores, otros se ríen de la víctima, los menos sólo observan. Pero hay espectáculo para todos y todas. Nadie lo detiene, ni los agresores iniciales, ni mucho menos Twitter. La víctima es la que suele retirarse siempre (le pone candado a la cuenta, la cierra definitivamente, cambia de username, se desconecta) y esta experiencia es la que suele cambiar para siempre su relación con la plataforma. Seguramente no volverá a interactuar como antes o lo hará con miedo. Seguramente elegirá no publicar muchas cosas por miedo al escarnio.

Imagina ser una persona que no es famosa, que no tiene un equipo de redes sociales y recibir cientos de interacciones en un breve período de tiempo (unas horas o un par de días). Ahora imagina que todas las interacciones que recibes sean, básicamente, insultos, adjetivaciones, fotografías de tu cara y tu cuerpo con burlas, comentarios condescendientes, llamados a agredirte, llamados a insultarte, burlas. Esto es algo que le puede llegar a pasar a cualquiera si un tuit se vuelve viral por alguna razón; pero si tienes un alto número de seguidores, las posibilidades de que esto pase se incrementan… y, en verdad, es algo que no se le desea a nadie porque deriva en sentimientos negativos sobre tu persona: inseguridad, miedo, impotencia, dolor… Al final, eso es lo que se busca cuando recibes miles de interacciones en sentido negativo. Ahora imagina que eso no te ha pasado una vez, sino varias veces a lo largo de tu vida en una red social como es mi caso. Sí, yo tengo años recibiendo esas interacciones en Twitter. AÑOS. Y apuesto a que no soy la única. Somos muchísimas las mujeres a las que nos pasa en el día a día (sin importar la filiación política).

Sonaré repetitiva, pero en verdad quiero que hagas este ejercicio de imaginación: una persona está al centro de una habitación, esta persona dice algo u opina algo. Entonces cientos de personas le rodean y durante horas se dedican a insultarla, a burlarse de ella, a adjetivarla, a hablar de su cara y de su cuerpo en términos peyorativos: ¿qué sentiría esa persona? ¿Qué pensaría de sí misma esa persona? ¿Le afectaría? ¿Cómo le afectaría? Pues bueno, eso pasa en twitter, sólo que no estamos en un espacio físico, sino en uno virtual. Parecería que el hecho de que no está en un espacio físico minimiza los efectos negativos o no lo hace tan grave, pero ¿no es tan grave en verdad? ¿No tiene impactos en la psique de las personas? Puedo decirles, de primera mano y sin temor a equivocarme: sí tiene efectos en la imagen sobre ti misma y en tus emociones y en tu sanidad mental. No, no basta con desconectarte, y mucho menos cuando eres una persona cuyo trabajo se desarrolla en esa red social. Aunque hay muchas cuentas falsas que sólo buscan inflar HTs para hacer crecer a otras cuentas y que éstas sirvan a otros propósitos, lo cierto es que también hay gente real: gente con nombre y apellido que decide unirse a esas dinámicas. Gente que aún sin conocerte o sin saber de cierto todo aquello que se dice de ti, no piensa más de dos segundos y se sube a la ola de violencia y difamación. Qué dañino y qué grotesco.

Últimamente lo hemos visto en la muy gringa “cultura de la cancelación” que tiene su origen en los boicots del activismo organizado contra las grandes corporaciones, los oligarcas y las personas poderosas. ¿Qué pasa cuando ya no estamos organizando boicots contra grandes empresas y/o personas con poder, sino que se organizan para “cancelar” a personas como tú o cómo yo? Pues lo que ya hemos visto: se les arruina la vida. Se les arruina porque como parte de esta organización, hay quienes creen que las personas merecen ser «canceladas», que deben “escarmentar” y que, para lograrlo, buscarán, no sólo el ataque en las redes, sino traspasar ese espacio: buscan tu nombre, investigan quiénes son tus empleadores y les buscan para increparles: «¿cómo es posible que entre tus filas tengas a esta persona que dice/opina eso?» Ha pasado ya decenas de ocasiones. Gente que tuitea algo que, puede o no puede ser un error, pero que merece el ataque coordinado y flamígero. Digo que puede ser un error porque inclusive si cometes el error de, desde la ignorancia, opinar algo racista o clasista, ¿mereces perder tu forma de sustento? ¿es la cancelación la mejor forma de hacer que esa persona deje de opinar como opina? ¿Es la cancelación la mejor estrategia para que una persona deje de pensar cómo piensa?No, la “cancelación” no es más que una forma de punitivismo fuera del sistema de justicia, un punitivismo social que resulta crudo y que puede arruinar la vida de la gente para siempre; punitivismo que busca hacerles perder sus fuentes de ingreso y que busca que otros y otras sean testigos de ese espectáculo. Sí, es el espectáculo el que nos mantiene en mirando en Twitter y que nos hace partícipes de él: ya sea sólo leyendo, dando likes, danto RTs o de plano participando activamente; contribuyendo a la cancelación de esa persona con un insulto, con una arroba al empleador, con una difamación, con un comentario irónico o grosero, con un insulto, con una burla… Así es: todos y todas hemos sido parte de estos espectáculos horribles y grotestos contra alguien más. Es inevitable no serlo porque la misma plataforma ha aprendido, a través de esos algoritmos, a aprovecharse de los sentimientos negativos para tener nuestra atención, para mover HTs, para tenernos allí, para generar adicción.

Pero ¿qué efectos tiene esto para las mujeres? Es igualito que el acoso en el espacio público: es un mecanismo de miedo para regresar a las mujeres al espacio privado (a donde pertenecemos, dice el patriarcado). Ya me imagino lo que la gente que gusta de atacarme en redes dirá: “ahí va nuevamente Dana Corres a hacerse la víctima” (lo sé, porque ya lo han dicho, se burlan y se vuelven a burlar de que digo que nos quieren silenciar), pero ya Amnistía Internacional ha estudiado el fenómeno del silenciamiento de las mujeres en Twitter y cómo este resulta en un espacio tóxico para nosotras: “El cambio que las mujeres hacen a su comportamiento en Twitter varía desde autocensura, para evitar la violencia y el abuso, cambios fundamentales a la forma en que usan la plataforma, limitando sus interacciones en Twitter y, a veces, abandonando la plataforma por completo”. Es decir, hay un impacto claro en nuestra forma de ocupar un espacio público en detrimento de nuestra libertad de expresión. Y ni siquiera hemos hablado a profundidad de las implicaciones en nuestra salud mental…Además, las mujeres como yo servimos de ejemplo: «¿ya viste lo que le pasó a Dana por decir lo que dice? Pues bueno, la siguiente puedes ser tú. Cuidadito con opinar como opina ella, porque así te va a ir». Nos usan para que las otras sepan qué les puede pasar, nos usan para que las otras «escarmienten» como decía mi abuelita.

Les puedo hablar de cómo yo me he sentido: el miedo es real, muy real. Y créanme, yo soy muy cuidadosa en lo que publico. Primero, porque creo que, con muchas personas leyendo, viene una mayor responsabilidad y, segundo, porque he aprendido que, a mayor precisión, es más difícil que vengan a tergiversar tus palabras (difícil pero no imposible en los tiempos de la cultura de la cancelación y del analfabetismo funcional). Entonces: soy cuidadosa y trato mi cuenta y mi trabajo como activista, feminista y especialista, con todo el respeto que estos merecen. Aun así, he vivido por lo menos 4 episodios en 12 años de mi vida en Twitter de profunda violencia. No fue sino hasta 2019 y las amenazas de muerte, que he podido nombrar lo que he vivido en esos episodios: miedo, ansiedad, pensamientos muy oscuros, ganas de desaparecer y de dedicarme a otra cosa, miedo al salir a la calle, miedo a perder mi trabajo, molestia por el uso de mis fotografías (que los trolles buscan y toman de mis redes o de entrevistas para burlarse de mí y de mi cuerpo), miedo a que ataquen a mi familia, ansiedad y más ansiedad (manos que tiemblan, dolor de cuello y de cabeza, sudor frío), imposibilidad de concentrarme en algo más que no sea el odio y los insultos, ganas de desaparecer de lo público y hasta de mudarme… Me doy cuenta, porque lo he estudiado e investigado, que justamente pienso en hacer todo lo que ellos y ellas quieren que haga: que mi opinión y mis ideas desaparezcan de lo público. Si bien es cierto que Twitter no es la vida real y que tampoco es representativo de la realidad del país, Twitter es un espacio real y es un espacio donde se posicionan las opiniones y los medios hegemónicos se posicionan y donde se tejen redes, donde yo misma he dado a conocer mi trabajo como activista y donde he llevado a cabo relaciones públicas para posicionar propuestas, ideas o temas. Twitter es parte de mi trabajo, constituye un espacio para ejercer mi libertad de expresión, ¿qué pasa cuando se busca, a través de todo esto que ya les he descrito arriba, que éste ya no sea un espacio seguro para mí? La cosa es que ya no soy solo yo y lo que siento, el espectáculo de cancelar a alguien nos afecta a todas y funciona como un mecanismo de control para todas. Esto también lo sé de primera mano porque decenas de mujeres, algunas que conozco, otras que son amigas, algunas desconocidas, me han buscado a lo largo de los años para decirme “opino como tú, me gustó mucho tu texto, me hiciste entender muchas cosas… pero tengo miedo a posicionarme porque puedo perder mi trabajo o porque tengo miedo a que me funen[1]”.

En los últimos meses las acusaciones vienen de gente que existe. Se me acusa de transfóbica, de antiderechos, de que odio a las personas trans. Esto no es cierto. Lo repito: esto no es cierto. No pueden encontrar una sola expresión mía que sea de odio o que busque que alguna persona pierda derechos (como si, además, yo tuviera el poder para lograr tal cosa). La última cancelación que sufrí (hace unos días, plagada de insultos, burlas, difamaciones, etcétera) se dio debido a ese texto donde invito a que hablemos de las mujeres. Y yo me pregunto: inclusive aunque mi texto estuviese equivocado, inclusive aunque el texto dijera todas esas cosas que dicen que dice, ¿merece una autora recibir esa cantidad de violencia? ¿Merezco ser receptora de esa dinámica tan tóxica y dañina para mí y para otras? ¿Esta es la forma adecuada para que yo entienda sus posturas y cambie mis opiniones? ¿Las personas cambian de opinión a través de estos espectáculos y esta violencia? ¿No hay mejores formas de probar un punto y de hacer que las personas se den cuenta de que lo expuesto es erróneo? La violencia no puede ni debe ser la forma ni de probar un punto, ni de hacer pedagogía, ni de comunicar algo. No puede serlo.

Insisto: aunque estuviera yo equivocada, la violencia no es la forma de mostrarme mi error. Pero, además, lo que digo no constituye violencia y no han probado (porque se han negado a dialogar conmigo) como es que lo que digo constituye transfobia o violencia. Se me ha comparado, contra toda lógica, con el Ku Klux Klan, con agresores sexuales, con violadores y asesinos y todo por escribir un texto sobre las mujeres y el origen del patriarcado. Se me ha difamado e insultado por hacer una invitación a hablar de las mujeres y de la experiencia de ser y nacer mujer. Se ha buscado a empleadores, a espacios donde contribuyo de forma honoraria, a los medios donde colaboro, para increparles sobre el por qué se me tiene en cuenta y haciendo un llamado (visible o no) a no permitir mi participación y presencia en estos espacios. El mensaje a mí y a otras mujeres es muy claro: no quieren que yo diga lo que estoy diciendo y para dejarme callada buscarán ejercer la violencia más cruenta y moderna. Y por cierto… lo que hacen constituye una violación a mi derecho a la libertad de expresión porque buscan que yo no lo ejerza.

Me gustaría recordar lo que le pasó a Elena Garro en los 60’s porque me parece revelador de lo que estamos viendo en estos tiempos. A falta de redes sociales, contra la mejor escritora de este país, se establecieron mecanismos para eliminarla de la vida pública. Siendo lo conocida que era ella, no se le mató físicamente, pero se le difamó de tal forma que se la dejó sin medios para subsistir. Además, tuvo miedo al ver que los jornaleros que ella defendía eran asesinados… Entonces huyó al exilio, en donde vivió toda suerte de carencias mientras en México, para asegurar su no regreso, se creó una imagen de ella que es muy fácil de insertar en las narrativas del patriarcado: una histérica, una mentirosa, una falsa, una güerita exagerada, una traidora. En una de sus cartas durante ese sufrido exilio, Elena escribe:

«Lo sé y lo saben todos mis compatriotas que conmigo se ha cometido un crimen y con Helena también. Privar de trabajo a alguien deliberadamente es un asesinato cobarde, indigno e hipócrita. Me han robado mi vida, me han asesinado en aras de la mierda.»

La Jornada: La dimensión literaria de Elena Garro, eclipsada por su figura

Elena tenía razón: lo que hacen con las mujeres al cancelarlas no es más que feminicidio simbólico y cobarde.

Este larguísimo texto es un llamado a NO INCITAR A LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN, porque la cultura de la cancelación no es más que vil y burda violencia y más cuando se hace en contra de las mujeres. A los hombres que participan de ella y que se jactan de ser feministas debería darles PENA lo que hacen cuando se prestan para cancelar y violentar a una mujer en redes sociales. La cultura de la cancelación, por su característica de punitivismo, no es feminismo.

La cultura de la cancelación es una violación a los derechos de las personas y representa un acto profundamente violento que trastoca la dignidad de las mujeres.

Y que lo sepan: no hay forma de transformar una realidad o una forma de pensamiento con violencia. El feminismo se ha caracterizado por ser el movimiento pacífico más exitoso en el último siglo. Lo dije también en ese texto: nadie ha terminado de descubrir el hilo negro, seguimos construyendo. No se construye desde la violencia, se construye desde el dialogo, desde la hermandad, desde escuchar a la otra.


Gracias a todas las personas que decidieron escucharme en estos días y que, sin entender por completo lo horrible que es sufrir un ataque viral (y virulento) en redes sociales decidieron acercarse a mí para saber cómo estaba, a quienes me escribieron para saber cómo me sentía, y a quienes inclusive salieron a defenderme a pesar de las reacciones negativas que recibieron. Gracias a las mujeres que, sin conocerme, se acercaron para manifestarme su apoyo. Gracias.

Lucharé todos los días de lo que me resta de vida para hacer de las redes sociales espacios más seguros para nosotras: espero que este mal trago ayude a tejer redes y a establecer reflexiones que hagan de este espacio uno más seguro para nosotras. Algún día dejaremos de tener miedo, ya lo verán.


[1] organizar actos públicos de denuncia contra organismos o personas relacionados con actos de represión delante de su sede o domicilio’, propio de Chile.  https://www.rae.es/observatorio-de-palabras/funar

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Una respuesta a “La cultura de la cancelación no es feminismo, es punitivismo

  1. Gracias 🙏 por hablar, como en la fábula de la luciérnaga y la serpiente, gracias por brillar.
    Me gustó todo lo que leí, “la violencia no debe ser pedagógica” en ningún nivel de relación.

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